JOSÉ LUIS SAMPER Y LA MANCHA

Esta es La Mancha, con Mayúsculas, de Samper, aunque José Luis parece haberla escrito modestamente con minúscula. Estos cuadros en los que sin gritos, sin aspavientos, sin clamores, este pintor alcazareño, en la línea de los mejores pintores manchegos, cuenta «como es La Mancha». La Mancha que el ve, la que él sien te, la que él cuenta, que es en fin, y sin retóricas, la pura, vertebral, clara y hermosa y eterna Mancha.

Aquí hay patios mayores, paisajes, plazas menores, esquinas de cal y canto, molinos… aquí hay un mensaje callado, pero al mismo tiempo sincero, puro y honesto de La Mancha que hoy vive porque vive desde siempre. José Luis Samper ha pintado sus tierras con muy poca gente encima, pero con mucho paisaje dentro, con amor, devoción, en su taller sencillo y definitivo de Alcázar de San Juan.

Está orgulloso de poderse presentar en Madrid y lo ha hecho valientemente, porque lo fácil hubiera sido tal vez, preludiar esta exposición con ditirambos y trompetas, Yo tampoco quiero abusar del adjetivo en la obra bien hecha de un pintor manchego medular y honesto. Sus colores no tienen retórica, no hay metáfora en su pintura. Ni le sobra ni le falta nada, Pinta lo que ve, insisto, y sobre todo lo que siente. Me gusta esta Mancha asomada a esta exposición que honra a estas tierras, a estas gentes. No hay estridencias en la obra de Samper, pero si un bien hacer, un superarse y un bien contar en un tiempo de grandes mentiras, las más desnudas y simples verdades.

Con alborozo, en estos tiempos ciertamente contaminados de esplendorosos y de falsas formas triunfalistas, saludemos la presencia de este pintor entero, vocacional y puro, que no pinta una Mancha inventada, porque la conoce y la siente mejor que nadie.

 

TICO MEDINA

JOSÉ LUIS SAMPER, PINTOR

Aún sin conocer a José Luis Samper ya se intuye en sus pinturas una fuerte cada día más acusada, con notoria madurez profunda, que contrasta con la sensibilidad personal de éste joven artista alcazareño, de limpia trayectoria, que ha aportado nuevas sensaciones rompiendo el falso eufemismo de que La Mancha es dura en su entorno natural.

Samper encontró pronto la forma personal y sincera de trasladar a sus cuadros la luz radiante, fondos y formas, alcanzando planos increíbles de una Mancha rica en matices, colorido, sentimientos, presentando esta tierra tal cual es, sin falsos mantos que rompan su nobleza. El artista cree en la gente y su entorno y encuentra constantemente nuevas perspectivas y motivos para otras obras, incluso en las piedras de nuestros polvorientos caminos, en la cardencha, en la vieja casa, en las «ilustres» portadas y añejos rincones, en los molinos de viento que juegan con el paisaje… sentimientos que Samper ha sabido guardar en la alcancía de su arte para mostrarlo más tarde con toda su pureza, llena de abigarradas formas, de antañonas costumbres, de cal y púrpura, de sol y sombra, de esfuerzo y sacrificio.

José Luis Samper, dentro de su sencillez, es pintor de nobles ideas, de un formarse cada día con la naturaleza misma y las cosas que nos son dadas en esta bendita tierra que es La Mancha, donde Samper se enraíza para, desde su perspectiva de buen manchego y de gran artista, decir pintando, lo que La Mancha es. La técnica de Samper se ha depurado en su nobleza de bien. Reconoce siempre que sus mejores maestros son los hombres y mujeres, los ríos y los cerros, las vides y las flores, el cielo azul limpio y el sol fuerte, los pueblos y las cosas de La Mancha. Sus paletas y pinceles, su estudio, todo forma parte de él mismo, como Alcázar de San Juan que le vió nacer, como España que lo arropa, como La Mancha que lo siente.

De José Luis Samper se ha dicho y escrito mucho. Quizá la mejor definición que puede hacerse de Samper es decir que es pintor por derecho, pintor de alma viva, de inquietas manifestaciones. Pintor, en suma.

 

Manuel SÁEZ ZAFRA de Radio Cadena Española

JOSÉ LUIS SAMPER EN CIUDAD REAL

Cuando recibo, como hoy, la noticia de que José Luis expone su obra en alguna parte -Ciudad Real en este momento-, la primera impresión es de asombro por la infatigable y tenaz marcha que se ha impuesto y, en consecuencia, de reconocimiento a un trabajo que, por fortuna, progresa hacia lo imprevisible, síntoma esencial de toda obra de arte.

Y al decirme que es en Ciudad Real donde de nuevo nos convoca, el reloj ha retrocedido inconteniblemente hacia un tiempo que, si pasado en el almanaque, está en cambio tan próximo, que lo cesando sin poderlo evitar, siempre que la ocasión lo suscita: ésta, por ejemplo.

Por otra parte, la lejanía en el espacio permite un mayor malabarismo con el tiempo y así, no es extraño que ahora vea a José Luis con sus cuadros a cuestas, como lecciones minuciosamente aprendidas de las que se va a examinar ante vosotros. Porque Ciudad Real para mí significa examen; aquellos días larguísimo que desde las ocho de la mañana estábamos a las puertas del Instituto para, uno tras otro, engullirnos los problemas de matemáticas, las traducciones de latín, la lectura de francés… y, al final, la gimnasia, en el patio con unos árboles enormes que desparramaban su polen pajizo y un olor que no remediaba, precisamente, nuestros ya inestables vientres.

Y hasta veo a José Luis, unido también a los significados que Ciudad Real me evoca, montando en «El Correillo», nuestro escaso tren con vagones de madera, tan madrugador en la salida de Alcázar como imprevisto en la llegada a la capital, quizá, como decíamos antes, por síntoma esencial de las artes ferroviarias. Y lo veo asomado a la ventanilla, solitario, repasando, con ese aire huido que le da la contemplación constante de los campos, las calles y las gentes, la lección entresacada de unos pueblos anclados -¡quién sabe si para bien o para mal!- en las subterráneas aguas de La Mancha, esta tierra nuestra amante de vientos marineros, pero navegante apenas. José Luis es un estudioso, desde los múltiples ángulos abarcados con su visión de hombre manchego, del hecho popular, asiduo de los caminos que rollan la llanura, sin que sepamos todavía si terminan en alguna parte o, finalmente, se enroscan. Su libro es la vida y el ensimismamiento, reducidos a formas y color. Es un estudiante muy particular que hace tiempo traspasó el umbral de las cuatro reglas y, en correspondencia, nos exige examinarlo desde nuestra propia vida y con el ensimismamiento de que cada cual sea capaz. Por fin, entre humos y el aviso de la campana, esperando que bajen del tren los soldados, los que van al médico, los otros que van a ver qué pasa este año con el de filosofía… todos los viajeros que, en definitiva, todos van a examinarse, José Luis desembarca parsimonioso sus inconfundibles textos, repletos de ocres, azules combinados, blancos y verdes ocultos, tan caniculares como las horas de la siesta, encerrados en portadas abandonadas, calles con el silencio únicamente roto por el retumbante traqueteo del carro, tapiales desvaídos, recortes ya para la historia de la arquitectura rural, la tierra seca y todo el ir y venir, en suma de la simienza y las cosechas.

Su pintura nos es familiar porque estamos dentro, porque pinta el tiempo, espejuelo que nos atrapa y sin querer, pero gozosamente, nos bambolea por los rincones donde alguna vez amanecimos. Y así no es extraño tampoco que la contemplación de su obra sea un acompasamiento con toda la vida acumulada que llevamos tan a flor de piel, como José Luis Samper nos demuestra, tirándonos de ella, porque ha encontrado, quizás inesperadamente, cómo pintar lo que queda en pie cuando las tapias se derrumban.

 

Madrid, 24 de octubre de 1980.

Antonio MORENO

«Crónicas y comentarios sobre la pintura de José Luis Samper, editado por el Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, 1988.

JOSÉ LUIS SAMPER UNA CRÓNICA PLÁSTICA DE LA MANCHA

En su pintura, José Luis Samper hacia lo que deberíamos hacer todos: hablar de algo que se conoce bien y que ama. Su dedicación a este lugar, cuyo nombre no olvidaremos nunca quienes nacimos aquí, se realizó en varios planos: el civil, el político, el de reportaje gráfico televisivo, el del diseño y el artístico, y en todos ellos dio muestra de su entrega y su rigor. Pero por diversas e intensas que fueran sus actividades creo que podemos afirmar que la que sentía más profunda e íntimamente fue la creación artística. Desde 1952, en que obtuvo el primer premio de dibujo en la Exposición Provincial de Arte celebrada en Alcázar, hasta el 2001, año de su última exposición en el Museo Municipal de esta ciudad, se enmarca una trayectoria que registra frecuentes exposiciones, individuales y colectivas, y que mereció ser distinguida con numerosos premios.

La manera como contempla la realidad es, por una parte, ceñida, y por otra supone un amplio margen de libertad. Lo demuestra la manera de aplicar el pigmento, en pinceladas a menudo largas, que corren con sensualidad y soltura sobre el lienzo. Todo podemos reconocerlo y al mismo tiempo constituye otra realidad diferente, plástica: el barrio de Santa María, con la torre de Don Juan de Austria al fondo, calles, plazas, la estación de ferrocarril, unas tinajas, campos, molinos, campos de labor, un cardo que, como escribió el poeta Miguel Hernández, «de místico se abrasa», algunos montes y rincones de pueblos vecinos. El color es sosegado y entonado -blanco de la cal de las paredes, ocres, tonos tostados, el azul y tonos agrisados del cielo, algún verde de unos árboles-, y en él, y en la sobriedad con que refleja las vistas urbanas y el campo, se aprecia la huella del que consideraba su maestro, López Torres.

con Es el suyo un arte sincero y de calidad, pintado tanto con los pinceles y los colores como el sentimiento. Estos cuadros y dibujos constituyen una verdadera crónica. Flota en ellos una determinada atmósfera de Alcázar y su entorno, con las sensaciones de instantes que han sido detenidos como sólo pueden hacerlo el arte y el amor del artista,

 

José Corredor-Matheos

 

«José Luis Samper» editado por el Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, 2007.

Ir al contenido